Turibus
Y ahí vamos… estamos en plena temporada de frío y tormenta, pero, ¿quién se pierde un paseo cultural por el Centro de la Ciudad de México, desde el segundo piso del Turibus aunque vaya temblando y con las mejillas moradas?, no salimos puntuales del cruce de Insurgentes y Reforma -bueno, si hubiera llegado a tiempo- con rumbo al monumento a la mexicanidad situado en el pleno centro de la Ciudad de México.
Para llegar a nuestro primer punto tenemos que caminar desde un costado de la Catedral Metropolitana, esquivando los puestos con venta de objetos mexicas, danzantes aztecas que, prietos por el sol, giran y giran al ritmo de un tambor ataviados con trajes repletos de plumas que prehispánicamente sólo podían usar los guerreros y que se ganaban en batalla. Más allá, un cadavérico guerrero águila se toma fotos con los turistas a quienes por esa toma les cobra unas cuantas monedas; cerca del Monumento Hipsográfico, localizado en una esquina de la Catedral Metropolitana, una mujer sahúma a unos turistas japoneses mientras emite frases ininteligibles, los nipones cierran los ojos al sentir el azote de las aromáticas hierbas contra su cuerpo al tiempo que el oloroso humo desaparece en el nublado cielo.
Situado justo enfrente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tomada intermitentemente por quienes están a favor de la reforma judicial y por quienes se oponen, se encuentra el Monumento a la Mexicanidad, mientras nuestro guía nos relata que esta obra del artista Carlos Marquina, realizada en 1970, representa el avistamiento del águila devorando a la serpiente sobre un nopal en 1325, acontecimiento que puso fin al viaje de los mexicas desde el mítico Aztlán. Escucho las canciones de protesta que emergen de una carpa ocupada por humildes campesinos que exigen la presentación con vida de sus familiares considerados como desaparecidos o presos políticos, siempre asediados por los policías que pululan por ahí y quienes les disparan con sus teléfonos móviles atrapando cada movimiento de los manifestantes.
De ahí caminamos unas cuentas cuadras sorteando a los toreros, si, esos comerciantes ambulantes que tienden sus productos en el piso sobre telas y que al momento de escuchar los silbidos en advertencia de la presencia policíaca levantan su tendido semejando una verónica, ¡claro! sin montera y sin vestido de luces. Llegamos a un mural situado en la esquina de las calles Pino Suárez y República de El Salvador que representa el encuentro histórico entre Moctezuma y Hernán Cortés que se dio el 8 de noviembre de 1519, donde según la leyenda el Huey Tlatoani Moctezuma Xocoyotzin (1466–1520) se encontró con Cortés, ahí el gobernante azteca dio al conquistador un calendario, un disco de oro y otro de plata. El mural es una reproducción de una pintura de Juan Correa. Este se colocó en 2015 y el original, que data de 1684, es parte de la colección del Banco Nacional de México.
Ese día tuve suerte, primero, me esperaron algunos minutos antes de partir del 222 de Reforma. Después en el Museo de la Ciudad de México al que visitamos con el Turibus Cultural se estaba celebrando el 50 aniversario de la fundación del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), que tuvo entre sus fundadores a Heberto Castillo Martínez y Demetrio Vallejo Martínez, el primero militante del movimiento estudiantil de 1968 y el segundo del movimiento ferrocarrilero, los efusivos discursos y las canciones de Mercedes Sosa, Gabino Palomares, Amparo Ochoa, entre otros, me hicieron rememorar mi etapa juvenil y mi estancia en la Prepa Popular Tacuba.
El museo de la Ciudad de México se sitúa en lo que fue el Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, que es uno de los ejemplos más notables de la arquitectura barroca del siglo XVIII, obra del arquitecto Francisco Guerrero y Torres, ahí visitamos el estudio escondido de Joaquín Clausell (1865-1935), conocido como la torre de las mil ventanas, en sus paredes plasmo con aire onírico cargado de simbolismos, cientos de pinturas con diversos motivos y figuras, rostros humanos y seres mitológicos, es considerado como el maestro del impresionismo mexicano. ¡No se puede sacar fotos, ni video!, nos advirtieron tajantemente, pero junto con algunos colegas le hicimos al Assange y seguramente vamos a inundar las redes con imágenes de este extraordinario lugar, esperamos no tener consecuencias legales como el periodista australiano.
De ahí siguiendo el banderín que llevaba nuestro guía nos sumergimos a la abarrotada calle de Moneda, en fila india y como Sherpas cargando los tiliches de los escaladores que quieren subir al Everest, pero aquí, saltado vayas, reparaciones en la vetusta calle y vendedores que te gritan al oído, ¡Métale la mano!, ¡bara bara!, mientras militares siguen con la vista a alguna que otra hermosa chica que pasa por sus dominios. A esa hora es delirante chocar con ese aroma de esquites, elotes, los exquisitos tacos de suadero y de tripa que te abre el apetito, lo único malo es lo castrante que es el reguetón y más si lo tienen a lo que da el volumen en casi todos los puestos.
Desde la esquina vemos la fachada ocre del imponente edificio que alberga la Academia de San Carlos, que fue sede del Real Hospital del Amor de Dios, en 1786 por instancias del arzobispo Alonso Núñez de Haro los enfermos fueron trasladados al Hospital General de San Andrés y se decide trasladar a este lugar la Academia de San Carlos en 1791, ante la falta de fondos para construir un edificio ex profeso.
A escasos 50 metros se encuentra el exconvento de Santa Inés, hoy Museo dedicado al polémico pintor José Luis Cuevas, donde la colosal Giganta nos da la bienvenida desde el patio central, con sus 8 metros de alto y 8 toneladas de peso observa pétreamente la llegada de los visitantes, amenazante con los puños cerrados, pero, con un semblante tranquilo, de acuerdo a Cuevas, la parte delantera de la Giganta es femenina y la atavió con una tela vaporosa que deja desnudas sus extremidades, en una de sus rodillas se observa un rostro, para el egocéntrico pintor esta es una dualidad, la parte trasera es masculina, un autorretrato.
Antes de irnos a comer visitamos la biblioteca José Vasconcelos, muestra de la arquitectura contemporánea, construida en acero, concreto, mármol, granito, madera y vidrio localizada a un costado de la antigua estación de ferrocarriles en Buenavista, este imponente edificio tiene una construcción de más de 44 mil metros cuadrados y consta de 3 edificios alineados con seis niveles cada uno, hoy es sábado y a un lado de la Vasconcelos se instala el fascinante tianguis del Chopo, donde encuentras, ropa, libros, discos de culto, hasta el fondo el escenario de los toquines con bandas del under y cientos de jóvenes brincando enfundados con atuendos de diversas tribus urbanas, y por qué no, alguien que te ofrezca un churrito para aminorar el frío y echarse un viaje onírico.
Bueno, la Biblioteca José Vasconcelos se inauguró en mayo del 2006, es gratuito a servicios bibliotecarios y a diversas actividades culturales, tiene un acervo de 600 mil libros clasificados mediante el sistema internacional Dewey, colecciones de material multimedia, infantil, en sistema Braille y música. Su colección general y de consulta se encuentra distribuida en más de 40 mil metros lineales de estantería de acero colgante abierta a todo el público.
Ya para concluir nos invitaron unas tapas frías y unas copitas de vino blanco o tinto de acuerdo al gusto de cada colega periodista en la Naval que está en la esquina de la Avenida Insurgentes Sur 373, Hipódromo, de las tapas no me pregunten, a esa hora de la tarde como decimos los chilangos hubiera comido hasta tuercas, el vino, estuvo rico, pero mejor nos hubieran llevado a un lugar más tradicional y con platillos chilangos, ¡por qué no!, una cantina, bueno, pero como dice el viejo adagio “A caballo dado, no se le ven colmillos”.